Wednesday, December 26, 2012

¡Ay, Esmeralda!

Me duele la panza del asco que me doy.
Me doy asco porque soy débil, débil. Me dejo convencer por mí misma tan fácilmente.
Me digo que voy a extrañar, que no voy a poder. Me digo que cómo me voy a olvidar. Que cómo dejar de querer.
Pero, ¿No me acuerdo acaso que ya olvidé alguna vez? ¿No me acuerdo que dejé incluso de amar?
Yo no sé cómo es que logro saludarlo, hablarle, mirarlo. No sé cómo contengo las ideas, las imágenes. Y se ve que de tanto entrar y quedarse, se fueron haciendo fuertes. Me están queriendo hacer creer una historia que no existe. Una historia que dice que me enamoro, una historia que es puras mentiras.
Yo no me enamoro.
Yo dejé de enamorarme el día en que aquél me postergó ante tantas prioridades. El día en el que sus besos se hicieron cortos. El día en el que en vez de devorarme sobre la mesa, me amó rutinariamente en la cama. Dejé de enamorarme, y me dije que lo que yo creía amor era deseo desenfrenado. Y que se saciaba, como sacarse la sed con agua.
Y así es ahora también, eso soy, un deseo desenfrenado. Soy todo lo que quiere ser tocado, con cariño, con violencia, con firmeza.
Entonces, basta cabeza de querer convencerme de que hay algo más allá de eso. Es simplemente una picazón. Que se vuelve cada vez peor, porque me rascaron por encima, engañosamente, y ahora pica el triple. Y el cuádruple, y me ahoga.
Pero no es más que eso, y si tuviera la oportunidad de rascarme como desesperada, de encontrarme con las uñas que busco y de pasármelas con fuerza por la espalda, estoy segura de que entonces todo se callaría un rato.
Y en silencio, pasaría la sensación de nausea.

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