Tuesday, November 20, 2012

Naranja.


Que alguien me ayude a empezar a salir. O al menos al terminar de meterme.
Que me expliquen lo que ya se. Que se lo expliquen a mi cuerpo.

Estamos acá todos los gajos de mi Naranja, éramos todos jugosos pero nos dejaron caer en putrefacción.
Y con el calor transpiramos jugo dulce, nos empapa el cuerpo, nos ensucia la ropa interior.
Quisimos ser mordidos, besados. Pero fuimos olvidados, nos quedamos en el bowl de las frutas, solos. No nos eligieron.
Eligieron a la Manzana. Porque es fácil, y roja, y brillante.
Eligieron a la Banana. Porque es limpia, y transportable, comible en toda situación.
Eligieron al Mango. Porque es exótico y diferente, y ayuda a la digestión.
Y así eligieron una a una a todas las demás frutas.

Y nos dejaron acá, porque no sabrían bien cómo cortarnos. No querrían empaparse de azúcar naranja. 
Porque se sentirían infantiles agujeréandonos un costado de la piel para succionarnos, para chuparnos la vida y dejar la pulpa seca y vieja.
No quisieron exprimirnos porque suponían que no tenían la juguera apropiada.
Se pusieron excusas para no tocarnos, y nos abandonaron. 

Quizás, si les explicara que cada uno de nosotros podríamos llegar a ser una fiesta en sus bocas,
un alivio ante el verano,
una linda distracción...
Quizás, si les confesara nuestras ganas de ser engullidos,
tragados,
devorados.
¿Se harían sus manos entonces valientes? ¿Se animarían a agarrarnos, a cubrirnos con sus dedos, a arrancar esta coraza rugosa para encontrar nuestra juguetona suavidad?

¿O será acaso que no nos eligen, simplemente, porque no aprecian nuestro sabor?
¿Podrían considerarnos vomitivos?

Yo soy fruta de toda estación. Y me quedo acá, en el bowl, envidiando a esas Manzanas. Me quedo acá y tampoco me tiran, me dejan morir de a poco.
Me ven cambiar de color y no espantan las moscas que se juntan a mi alrededor.
Y soy verde, también blanca. Después marrón. Después basura.

Ahora no me queda más que preguntarme si no me eligen por ser basura, por ser podredumbre,
o si soy podredumbre porque no me eligieron.

Saturday, November 10, 2012

El orden elíptico en Las Hilanderas, de Velázquez.



Velázquez - La Fábula de Aracne o Las Hilanderas (Museo del Prado, 1657-58)


El cuadro a analizar es La Fábula de Aracne, más conocido como Las Hilanderas, de Diego Velázquez. Es uno de los cuadros más representativos de la corriente barroca, aunque su cuadro más importante y conocido es Las Meninas.

Diego Velázquez fue un pintor de la corte de Felipe IX que vivió entre fines del 1500 y mediados del 1600. Su trabajo principal en la corte era el de retratar a la familia real y otros personajes importantes de la época. Sin embargo, también capturaba momentos de la vida cotidiana de los pueblerinos, utilizando el concepto barroco del orden elíptico para representar dos focos de atención de igual importancia.

Velázquez nació en Sevilla, España. Era hijo de una familia perteneciente al escalafón más bajo de la aristocracia. Pacheco lo tomó como discípulo, y más tarde, le daría a su hija en casamiento.

Felipe IV, quien reinaba en esa época, era un hombre aficionado a las artes, y tras algún intento fallido, Velázquez logró participar como artista principal de la corte. El artista vivió en el palacio y comenzó a tender su ya marcado realismo barroco hacia el retrato de la vida real.  Sin embargo, supo continuar con su educación artística y expandir la temática en sus cuadros. Pintó algunos cuadros de carácter mitológico, como Los Borrachos (también conocido como El Triunfo de Baco), y varios cuadros que asentaban imágenes de los campesinos en su vida cotidiana.

Las Meninas, como mencioné previamente, es uno de sus cuadros más importantes y reconocidos, ícono del arte de Velázquez y del movimiento Barroco. Su gran interés surge de ésta mezcla de lo retratado, la familia real representada por la Niña Margarita, rodeada de sus damas de compañía. Pero ante todo, es la técnica a través de la cual nos incluye a nosotros espectadores como parte de la imagen retratada, la que llama la atención de aficionados y expertos del arte. Asimismo, es uno de los pocos cuadros en los que Velázquez se autorretrata.

En el caso puntual de Las Hilanderas, es interesante descubrir una mirada ideológica por parte del artista, que pone como focos de igual importancia a parte de la realeza y parte del llamado tercer estado. Así, pone en juego  la relación de jerarquías que se da entre las diferentes escalas sociales.
Éste cuadro actualmente radicado en el Museo del Prado, Madrid, expone al máximo el concepto de elipsis que rompe con la tendencia anterior de circularidad, según la cuál el foco de atención se dispone en el centro de la imagen, y el resto de lo retratado gana importancia en relación a la cercanía a ese centro.

La visión ideológica o social que surge de ésta circularidad hace a la distribución de poderes en el Estado Absolutista. El Rey es el centro, y la corte se ubica a su alrededor, más o menos cerca a él dependiendo del grado de importancia. El tercer estado queda por fuera de los cuadros Reales, y pasan a formar su propio círculo jerárquico en otras pinturas.

Sin embargo, la nueva elipsis da cuenta de aquél contraste de dos partes que se hacen necesarias mutuamente: no puede haber campesinos sin realeza ni realeza sin súbditos. Se diría entonces que no sólo hay una coexistencia de los focos, sino también que cada uno hace posible la existencia del otro. En términos del contraste, puede percibirse también un contraste explícito en términos de la iluminación. Siguiendo las teorías de las órbitas elípticas alrededor del Sol, comienza a comprenderse que un foco será siempre visible e iluminado, mientras que el otro será un centro casi tácito, oscuro.


Los dos centros en Las Hilanderas ganan importancia por diferentes motivos.

El área que representa justamente a las mujeres hilanderas, tiene importancia visual al estar en un plano más cercano al del espectador. Sin embargo, su luminosidad es notoriamente menor a la del segundo foco.

Aquí se retrata una de las partes de la sociedad, aquella que necesita la otra y que a su vez es necesitada por la otra. Se deja ver la coexistencia incluso en el espacio físico, aunque no estén exactamente en la misma posición o habitación que las damas nobles. El telón que una de las hilanderas pareciera estar atando, no sólo retrata la gran teatralidad de la época Barroca, sino que también se nos presenta como una especie de invitación a observar lo que pasa “detrás de cámaras”, a espiar ese mundo más invisible que pone en funcionamiento la vida de la realeza.

Incluso dentro del mismo foco podemos notar que las figuras, las posiciones y la iluminación hacen necesaria una visión de paneo, de pasar por cada uno de los rincones del cuadro para poder verlo en su totalidad. La mujer más iluminada está de espaldas, casi no muestra su rostro. Otras en más oscuridad gesticulan, como si charlaran. Están relacionándose en su cotidianeidad, trabajando para la nobleza pero de manera casi inconsciente, como si no pudieran o no quisieran meterse en aquél otro mundo que las juega más atrás, en la zona iluminada.

Éste segundo foco de atención, aunque lejano en relación al espectador, gana importancia por su iluminación, además de su posición central con respecto a los límites del lienzo. Aquí se representa aquella otra cara social, la de la nobleza. Y es interesante notar también cómo se la ubica casi como parte de otra pintura (el arte dentro del arte, una vez más, una especie de metalenguaje representado por Velázquez). Aquí, las damas de la aristocracia admiran una pintura. Una de ellas parece acompañarnos en el descubrimiento de aquél otro mundo oscuro, como si también estuviera espiando a las hilanderas (o quizás, como si nos estuviera espiando a nosotros).

Puede resultar extraño contextualmente que un cuadro de dimensiones del de Las Hilanderas (222,5 cm × 293 cm) represente una acción tan cotidiana, casi como un cuadro de género o de representación social. Sin embargo, muchos expertos ven éste cuadro como una representación de temática mitológica relacionada con la fábula de Atenea y Aracne, parte de una historia de Las Metamorfosis del autor Ovidio (un poeta romano que vivió aproximadamente del año 40 a.C. al 17 d.C.). En este mito, Aracne, una joven lidia, reta a la diosa Atenea para disputar el título de la más habilidosa en el tejido y bordado. Atenea se hace pasar por una anciana para intentar aconsejar a Aracne sobre su orgullo, pero finalmente entra en cólera y admite el reto. Es ella quien logra el mejor telar, pero por retratar los aspectos más humanos y deshonrosos de los Dioses, es castigada y humillada y termina por ahorcarse, pero no llega a morir ya que la Diosa castiga a Aracne convirtiéndola en una araña y obligándola a tejer por toda la eternidad.

En el cuadro podríamos ver a la joven de espaldas con la ropa blanca iluminada, trabajando en el tapiz que podría significar la gloria. A la izquierda podemos ver a Atenea en su papel de anciana, tapándose el pelo, pero sin embargo dejando una pierna joven al descubierto, lo que nos muestra que se trata en verdad de la Diosa.

La representación del fondo, el otro foco, podría ser interpretado como el final de aquella historia, en el que el tapiz de la joven humana está colgado y muestra a Zeus (padre de Atenea) en búsqueda de nuevos amoríos, lo cuál ofende a la Diosa. Asimismo, Atenea con su casco y armadura y la misma Aracne están representadas en aquél telar (o quizás por fuera de él, como parte de aquella clase noble que mira el cuadro).

Así, también se pone en juego en ésta interpretación mitológica del lienzo una coexistencia de lo divino y lo humano en un mismo terreno, en un mismo espacio y con una misma tarea.

En conclusión, hay más de una forma de interpretar éste cuadro. Ya sea como representación de la vida cotidiana de dos clases sociales diferentes, o como las dos partes de un relato mitológico, es notable la presencia de varios signos Barrocos, principalmente aquél del orden elíptico de la representación en relación al contexto histórico y social. La iluminación, la ubicación espacial de las figuras, y la relación entre aquellos retratados y el espectador frente al cuadro, son algunos de los aspectos que dan cuenta de la riqueza simbólica no solo de Diego Velázquez sino del Barroco como movimiento y forma artística con marcadas ideologías durante una época de cambios sociales que comienzan a desenvolverse.



Referencias: