Tuesday, June 2, 2009

En búsqueda de la Respuesta Existencial.

“Cuando te apasiona tu carrera, sentís como que estás enamorado.”

Esa fue una de las frases que mi papá dijo alguna vez (o en realidad, repitió hasta el cansancio), y que me quedaron grabadas en algún rincón del pensamiento.

Hasta ahora, yo sabía mucho de estar enamorada. Estuve – y estoy – enamorada más de un tercio de mi vida (y de la misma persona, podríamos agregar. Pero esa es otra historia). Si algo sé, es que cuando estás enamorado, no lo dudás. Pero de pasión académica, no tenía ni la más puta idea.

Esa etapa de desorientación profesional, esa confusión y postura existencialista que ataca a la mayoría de los estudiantes de secundaria a medida que se acerca el fin de su vida colegial, yo la pasé por alto. En mis últimos dos años, mientras veía y compadecía a mis compañeros en su búsqueda casi desesperada por encontrar algo que les gustara, que se ajustara al porcentaje de esfuerzo que estaban dispuestos a ofrecer, que les asegurara un futuro laboral beneficioso económicamente, etc., yo seguía con la misma idea que había nacido en mí algún día lejano y ya nebuloso durante la clase de la más brillante profesora de Biología que conocí, M.R.

El azar genético, las enfermedades, la herencia de características, el funcionamiento de las más mínimas estructuras de nuestro organismo, la creación de la vida. Me envolví de todo aquello que me explicara esas cosas que muchas veces me pregunté, desde las pavadas más inmensas hasta algunas otras más interesantes, "¿Porqué si yo quiero mover un brazo, éste automáticamente responde mis deseos, llevando a cabo la acción que tenía planeada en la mente? ¿Porqué otras cosas, como el latir del corazón, la respiración de cada una de mis células, suceden sin poder yo percatarme? ¿Qué son los sueños, porqué soñamos? ¿Qué es el Cáncer y cómo nos mata?".

No voy a negar que todas éstas dudas todavía están revoloteando cerca (como dirían Pablo Romero y sus amigos), y que las pocas que sí pude contestar me trajeron muchas otras a la vez, como cuando se descifra una pista en la búsqueda del tesoro, la cual solo nos llevará al próximo problema. Ganas de saber, tenía.

Lo malo fue estirar esas ganas. No son las mismas inquietudes las que uno tiene a los 12 o 13 años que las que se tienen a los 19. Nunca se me ocurrió parar a pensar; "Che, ¿tanto me gusta esto?". Porque si lo que se quiere es saber algunas cosas, buscar respuestas sobre la naturaleza y su inimaginable mundo microscópico, son ganas que pueden saciarse casi en su totalidad con la lectura de un buen libro. Pero, descubrí, no es lo mismo que tener una pasión.

Una pasión es algo que no puede callarse, no puede esconderse. Es algo tan fuerte y potente que podría regir nuestras vidas. Hay apasionados por el deporte que se "condenan" (con esto quiero decir que sería una condena para mi correr más que lo suficiente para alcanzar el bondi) a entrenamientos arduos y exhaustivos día a día. Apasionados por la Arquitectura, que se pasan semanas enteras con menos de cinco horas de sueño, llenos de polvo de cartón en los pulmones, el pelo, el piso. Hay apasionados con el amor que están dispuestos a dejarlo todo – ya sea sus estudios, sus vidas laborales, sus familias y amigos – por tener cerca a esa otra persona.

Si vamos a los hechos concretos, menos del 9% de la población Argentina concluye su educación Universitaria y obtiene un título. El 62% de los alumnos no están conformes con la carrera que eligieron. Éstos son datos recientes de estadísticas del Ministerio de Educación que figuran en el artículo del Lic. Juan Antonio Lázara, publicado en la Guía del Estudiante 2009.

Esto podría querer decir, o bien que estamos eligiendo mal, o bien que no todos nacemos con vocación, con esa pasión académica o profesional. Por supuesto, la segunda postura es mucho más cómoda, ya que nos ahorraría el dolor de cabeza de leer, informarse acerca de muchísimas carreras, pensar y conocer opciones que no sabíamos existentes. Yo, por supuesto, creía religiosamente que la vocación era algo que simplemente no me tocó, y que tendría que aprender a vivir estudiando algo "bancable". Algo que me gustaba, que más o menos estudiando un cacho podía aprobar, que en parte me interesaba. Y punto. Pensaba conformarme con eso.

¡CRASO ERROR!

Imagínense la situación:
  • De un lado del living, sobre el piso y casi completamente cubierta por papeles y otros materiales, N., mi amiga y actual roommate, que trabaja día y noche sin descanso, ensuciándose toda, cortándose los dedos hasta dejar manchas de sangre sobre el cartón, con las manos llenas de plasticola, media columna vertebral totalmente acalambrada, pegando y despegando, haciendo y deshaciendo, calculando a razón de milímetros las medidas justas de cada pared y su espesor, construyendo mini-escaleras con sus mini-escalones y volviéndose china para que todo quedara perfectamente prolijo. Pero con una sonrisa en la cara. Segura de que todo esto vale la pena, orgullosa con su interminable trabajo, cansada, histérica, alterada, corriendo contra el reloj. Pero feliz.

  • A medio metro, despatarrada sobre el sillón, en pijama, recién bañadita y mirando un capítulo de FRIENDS en la compu mientras se fuma un pucho y toma un traguito de Coca-Cola, Annita, que a la vez, lloriquea y se queja de todo lo que tendría que estar estudiando, y cómo no tiene tiempo para nada, cómo la facultad la agobia, y que REALMENTE se deprime con sólo abrir un libro de Química.

¿Ven la diferencia? Yo sí.

Y aunque no lo crean, no es de vagancia en su máxima expresión y pureza. Me creo una persona razonablemente pensante, y sé que algo que me causa sufrimiento, desesperación, angustia, algo que no me interesa compartir con nadie (a diferencia de N., quien puede felizmente contarte de sus maquetas, y tareas, y casas, y proyectos), algo que me pone mal de sólo nombrarlo, no vale la pena.

Por esta razón, y luego de un proceso de increíbles frustraciones y miedos, incontables momentos en que no me animaba a moverme, a avanzar, tomé la decisión definitiva de dejar la carrera. Y de cero, ponerme a buscar algo que ame, como debería haberlo hecho unos dos o tres años atrás.

Ojo, no es fácil. Leí un montón, hice cuadros sinópticos sobre las áreas que más podían interesarme, dentro de ellas las carreras que más se ajustan a mis gustos e inquietudes, y dentro de éstas últimas, los programas estudiantiles, las materias, qué me gustaba y que no tanto, etc. (Todas ideas que me propusieron – en realidad me obligaron a hacer –mis viejos).

De todas, reduje la lista a una. Una que cuanto más sabía acerca de las materias y de qué se trataba, más sentía que era la correcta. Una de la que no tenía ni idea, pero que ni bien la vi, algo me dijo ¡Es ESTA!

Estoy contentísima, aunque se me vienen muchos sacrificios y cambios si todo sale bien. Espero no estar equivocada, pero como en el amor, en esto no dudo.

Como ya escribí demasiado y si alguien leyó hasta acá debe estar rezando por el fin de este relato personal que a nadie debe interesarle demasiado, dejo las conclusiones y mini aventuras que pasé (como el viaje a la Facultad de Filosofía y Letras con A., mi eterna compañera) para la próxima.

Hasta entonces.