Velázquez
- La Fábula de Aracne o Las Hilanderas (Museo del Prado, 1657-58)
El cuadro a analizar es La Fábula de Aracne, más conocido como Las Hilanderas, de Diego Velázquez. Es uno de los cuadros más
representativos de la corriente barroca, aunque su cuadro más importante y
conocido es Las Meninas.
Diego Velázquez fue un pintor de la corte de Felipe IX
que vivió entre fines del 1500 y mediados del 1600. Su trabajo principal en la
corte era el de retratar a la familia real y otros personajes importantes de la
época. Sin embargo, también capturaba momentos de la vida cotidiana de los
pueblerinos, utilizando el concepto barroco del orden elíptico para representar
dos focos de atención de igual importancia.
Velázquez nació en Sevilla, España. Era hijo de una
familia perteneciente al escalafón más bajo de la aristocracia. Pacheco lo tomó
como discípulo, y más tarde, le daría a su hija en casamiento.
Felipe IV, quien reinaba en esa época, era un hombre
aficionado a las artes, y tras algún intento fallido, Velázquez logró
participar como artista principal de la corte. El artista vivió en el palacio y
comenzó a tender su ya marcado realismo barroco hacia el retrato de la vida
real. Sin embargo, supo continuar con su
educación artística y expandir la temática en sus cuadros. Pintó algunos
cuadros de carácter mitológico, como Los
Borrachos (también conocido como El
Triunfo de Baco), y varios cuadros que asentaban imágenes de los campesinos
en su vida cotidiana.
Las Meninas, como mencioné previamente, es uno de sus cuadros más
importantes y reconocidos, ícono del arte de Velázquez y del movimiento
Barroco. Su gran interés surge de ésta mezcla de lo retratado, la familia real
representada por la Niña Margarita, rodeada de sus damas de compañía. Pero ante
todo, es la técnica a través de la cual nos incluye a nosotros espectadores
como parte de la imagen retratada, la que llama la atención de aficionados y
expertos del arte. Asimismo, es uno de los pocos cuadros en los que Velázquez
se autorretrata.
En el caso puntual de Las Hilanderas, es interesante descubrir una mirada ideológica por
parte del artista, que pone como focos de igual importancia a parte de la
realeza y parte del llamado tercer estado. Así, pone en juego la relación de jerarquías que se da entre las
diferentes escalas sociales.
Éste cuadro actualmente radicado en el Museo del
Prado, Madrid, expone al máximo el concepto de elipsis que rompe con la
tendencia anterior de circularidad, según la cuál el foco de atención se
dispone en el centro de la imagen, y el resto de lo retratado gana importancia
en relación a la cercanía a ese centro.
La visión ideológica o social que surge de ésta
circularidad hace a la distribución de poderes en el Estado Absolutista. El Rey
es el centro, y la corte se ubica a su alrededor, más o menos cerca a él
dependiendo del grado de importancia. El tercer estado queda por fuera de los
cuadros Reales, y pasan a formar su propio círculo jerárquico en otras
pinturas.
Sin embargo, la nueva elipsis da cuenta de aquél
contraste de dos partes que se hacen necesarias mutuamente: no puede haber
campesinos sin realeza ni realeza sin súbditos. Se diría entonces que no sólo
hay una coexistencia de los focos, sino también que cada uno hace posible la
existencia del otro. En términos del contraste, puede percibirse también un
contraste explícito en términos de la iluminación. Siguiendo las teorías de las
órbitas elípticas alrededor del Sol, comienza a comprenderse que un foco será
siempre visible e iluminado, mientras que el otro será un centro casi tácito,
oscuro.
Los dos centros en Las
Hilanderas ganan importancia por diferentes motivos.
El área que representa justamente a las mujeres
hilanderas, tiene importancia visual al estar en un plano más cercano al del
espectador. Sin embargo, su luminosidad es notoriamente menor a la del segundo
foco.
Aquí se retrata una de las partes de la sociedad,
aquella que necesita la otra y que a su vez es necesitada por la otra. Se deja
ver la coexistencia incluso en el espacio físico, aunque no estén exactamente
en la misma posición o habitación que las damas nobles. El telón que una de las
hilanderas pareciera estar atando, no sólo retrata la gran teatralidad de la
época Barroca, sino que también se nos presenta como una especie de invitación
a observar lo que pasa “detrás de cámaras”, a espiar ese mundo más invisible
que pone en funcionamiento la vida de la realeza.
Incluso dentro del mismo foco podemos notar que las
figuras, las posiciones y la iluminación hacen necesaria una visión de paneo,
de pasar por cada uno de los rincones del cuadro para poder verlo en su
totalidad. La mujer más iluminada está de espaldas, casi no muestra su rostro.
Otras en más oscuridad gesticulan, como si charlaran. Están relacionándose en
su cotidianeidad, trabajando para la nobleza pero de manera casi inconsciente,
como si no pudieran o no quisieran meterse en aquél otro mundo que las juega
más atrás, en la zona iluminada.
Éste segundo foco de atención, aunque lejano en
relación al espectador, gana importancia por su iluminación, además de su
posición central con respecto a los límites del lienzo. Aquí se representa
aquella otra cara social, la de la nobleza. Y es interesante notar también cómo
se la ubica casi como parte de otra pintura (el arte dentro del arte, una vez
más, una especie de metalenguaje representado por Velázquez). Aquí, las damas
de la aristocracia admiran una pintura. Una de ellas parece acompañarnos en el
descubrimiento de aquél otro mundo oscuro, como si también estuviera espiando a
las hilanderas (o quizás, como si nos estuviera espiando a nosotros).
En el cuadro podríamos ver a la joven de espaldas con la ropa blanca iluminada, trabajando en el tapiz que podría significar la gloria. A la izquierda podemos ver a Atenea en su papel de anciana, tapándose el pelo, pero sin embargo dejando una pierna joven al descubierto, lo que nos muestra que se trata en verdad de la Diosa.
La representación del fondo, el otro foco, podría ser
interpretado como el final de aquella historia, en el que el tapiz de la joven
humana está colgado y muestra a Zeus (padre de Atenea) en búsqueda de nuevos
amoríos, lo cuál ofende a la Diosa. Asimismo, Atenea con su casco y armadura y
la misma Aracne están representadas en aquél telar (o quizás por fuera de él,
como parte de aquella clase noble que mira el cuadro).
Así, también se pone en juego en ésta interpretación
mitológica del lienzo una coexistencia de lo divino y lo humano en un mismo
terreno, en un mismo espacio y con una misma tarea.
En conclusión, hay más de una forma de interpretar
éste cuadro. Ya sea como representación de la vida cotidiana de dos clases
sociales diferentes, o como las dos partes de un relato mitológico, es notable
la presencia de varios signos Barrocos, principalmente aquél del orden elíptico
de la representación en relación al contexto histórico y social. La
iluminación, la ubicación espacial de las figuras, y la relación entre aquellos
retratados y el espectador frente al cuadro, son algunos de los aspectos que
dan cuenta de la riqueza simbólica no solo de Diego Velázquez sino del Barroco
como movimiento y forma artística con marcadas ideologías durante una época de
cambios sociales que comienzan a desenvolverse.
Referencias:
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