En tan sólo tres días
todo mi sistema emocional se revoloteó como si un tornado le hubiese
pasado por encima dejando más cosas de las que se lleva. Hay algo que me
queda claro, que en algún momento siempre lo supe: reprimir enferma.
Ahora
estoy así, literalmente enferma, con nauseas y presión bajar. Tengo el
estómago todo anudado. Todas las partes de mi cuerpo tiran cada una para
su lado, y no sé si voy a expandirme o destruirme.
Claro
que esconder, y esconderse de uno mismo, tiene también el beneficio de
poder vivir en una linda fantasía. Todo es fácil, y todos somos amigos, y
nadie va a sufrir porque todo se va a suceder a la perfección. Y yo no voy
a sufrir porque todo siempre pasa.
Pero
de pronto te ponen la realidad, tu realidad, cruda. Como la carne picada que
una vez dejé en la cocina, y que hizo que Clari gritara: "¡Annita,
hay un cadáver en la mesada!". Así. Justamente. Me dejaron un cadáver
en la mesa. Y quizás por pura morbosidad, o por costumbre a mirar todas
las cosas excelentes que me señalás, miré el cadáver. Miré la carne.
Listo,
una vez que lo viste no podés no verlo. Chau. Se rompió la ilusión porque
ya sabés cómo está construida. En poco tiempo empezás a caer en la
realidad de que sí vas a sufrir. Me empiezo a atajar, empiezo a decirme
que me quede tranquila. Que me calle, porque las palabras sólo pueden
pudrir más la carne. No sé nada, no quiero saber nada, pero ¿cómo no
saberlo?
Yo
nunca pude creer en nada. No pude creer en Dios, ni en Papá Noel, ni en los
Reyes Magos, ni en la Amistad, ni en el Amor, ni en nada. De más grande
traté de armarme algunas mentiras y me convencieron esas últimas dos.
Pero
para una persona que nunca creyó, empezar a creer en algo es
demasiado peligroso. Porque cuando finalmente ves que tu creencia es
simple, pura mentira, te desgarrás. Se te rompe algo que no lo pegás ni
con Unipox. ¿Y qué haces ahora que para vos cambió todo? ¿Te despertás y
te levantas como siempre, cuando el despertador ya sonó al menos tres
veces?
Lo
más curioso es que soy una persona a la que le gusta el cambio. Me gusta
mudarme, me gusta empezar de nuevo, me gusta moverme. Pero que me vengan a
romper a patadas los dos únicos pilares, las dos únicas cualidades humanas
más allá de las científicas en las que pude creer...
Del
desamor aprendí que de veras nada es para siempre. Antes juraba que existía
el Amor Eterno. Ahora no estoy tan segura. Pero es aún peor: preferiría
que no. Preferiría no amar a alguien por siempre. Solía ser mi parte favorita
de mí, esa que pensaba que yo podía estar enamorada toda la vida de la
misma persona. Ahora mi mente quiere expulsarla, dejarla sola, humillarla.
Taparla con todo-pasas.
Pero
al menos tenía en claro que reprimir enferma. Que pudre y mata. Que es
mejor gritar todo como si te saliera un río de la garganta, que envuelve
todo en su caudal y escupe y empapa a quien esté en tu camino.
Hoy
veo claramente que me perdí. En algún momento. ¿En qué momento decidí que
era mejor callar y olvidar? ¿Cómo pude tragarme esa mentira? Si todas mis
células del cuerpo se estaban uniendo en una misma fuerza y tirando para
un mismo lado, ¿cómo fue que las confundí tanto? ¿Cómo las desvié?
No
sé bien qué me hizo pensar que podía ser peor la realidad. No terminé de
entender que la realidad siempre llega. ¡Basta! Date cuenta mujer,
que aun callando estás poniendo tu corazón en la línea. Incluso
encegueciendo ante las razones, estás dejándolo entrar. Estás dejándolo desordenar
todo. Y si está adentro pude romper, puede robar, puede dejar la
puerta abierta. Y peor: puede salir.
Date
cuenta, porque mirar a alguien y sonreír inevitablemente es dejarlo
lastimarte potencialmente. ¿Cómo pudiste creer que tenías todo bajo
control, que no te ibas a permitir sentir nada? ¿No te conocés, acaso? Si
planeabas imaginarte impenetrable, independiente, inconquistable, al menos
lo hubieras hecho con conciencia. Al menos lo hubieras gritado. Lo
hubieras dictado para que todo tu ser lo supiera, para que
todas actuáramos de la misma forma. Nos hubieras convencido del
todo.
Ahora,
después de muchos meses de reafirmarme en mis no creencias, en sólo tres
días se me volvió a mezclar todo. No puedo ahora borrar de mi cabeza la
imagen de la carne picada, ni la de tus ojos que busco siempre con miedo
de encontrar. Ni mis planes irracionales, ni mi miedo a abrazarte y no poder
escapar después de tus brazos. O de que me ahorquen, me asfixien. O de que
me tiren fuerte, me empujen, me hagan caer y me pise un colectivo.
Yo
ahora sé lo que algo acá siempre supo. Que si temía dejarte entrar era porque sabía
que no te ibas a quedar en el pasillito, o pispiar la cocina, sentarte en
una de mis sillas, o pasar al baño. Ibas a entrar a mi cuarto, a subir a
mi terraza, a mirar por mi ventana. La ibas a abrir, te ibas a comer un
pan e ibas a dejar miguitas por todos lados, y llenarme el piso de tus
huellas, y las paredes blancas de manchas de tus manos.
Y
quise evitarlo, de verdad quise. Pero no me di cuenta que por no ver las
cosas claras te dejé entrar por otra puerta. Vos silencioso, me ayudaste a
no notar. Muy sigiloso te sentaste ahí, casi invisible. Y yo me
acostumbré, o logré no verte. Hasta que de pronto se te ocurrió gritar. Me
pegué un susto que casi me muero. Gritaste y te levantaste y me
cuestionaste, y saliste corriendo, y te llevaste puestas mis cosas, y te
fuiste dando un portazo que dejó la puerta medio mocha y ahora no cierra
bien.
En
fin. Yo me quedé acá, de a poco descubriendo cosas y más cosas rotas. Tratando
de arreglarlas y acomodarlas. Puse todas mis energías en eso. Porque era
necesario, o porque me lo pediste. Pero todos sabemos que no me gusta
ordenar y limpiar. Asique ya basta: voy a disfrutar del despelote. Me voy
a revolcar entre los pedazos, y bailar las músicas de las palabras de mis
pensamientos. Me voy a dejar caer y girar. Voy a confundir a la confusión,
no quiero planchar ningún pliegue. Quedar así, arrugada, con muchas curvas
por explorar. Las iré descubriendo a su debido tiempo. Yo. Sola.
Porque
eso sí, prometo no meterte más en mi desorden. Mejor aún, prometo sólo dejarte meterte
hasta donde quieras. Tomá, podés ver lo que hay si tenés ganas. Si no
las tenés, no te preocupes. Si preferís no saber, si te parece que ya
bastante tenés apilado en tu propio living, entonces no mires. Yo voy a
hacer mi mayor esfuerzo por no hablarte lo que aparezca acá, por no
empaparte de mis ríos y llenarte los pulmones de mi polvo.
Pero
sí lo voy a hacer yo. Reprimir enferma, y es lo único que éste
remolino reafirmó.
Que
no te lo hable a vos, no significa que no pueda hablármelo a mí.
Que
no te lo hable a vos, no significa que lo tenga que callar.
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