Monday, March 2, 2020

MADRE RÍA

Cuando la encontramos era demasiado tarde. De los dedos duros le brotaba sangre, sus huellas dactilares grietas del cuerpo que dejaban ver lo demás, lo oculto. Agujas infinitas de negro virulana salían como espinas, como pescado queriendo volver al agua, con cuerpo al medio perforado. El rojo se extendía por el delantal, y seguía por frío del suelo. En las juntadillas, entre baldosa y baldosa, danzaba con las espumas todavía vivas de jabón. La mano izquierda sostenía el cepillo de dientes, el suyo. Seguramente estaría pensando, ”Por qué no usé el de él!”. Bueno, si pudiera. 

De él nada mas las sobras sucias de sus zapatos. Pisoteadas fuertes, violentas. Y sus puños en la cara, qué cara particular tenía. Tatita decía que era mezcla de pájaro con gato suelto. La grasa se salía de las pisadas, brillaba como petróleo negro, como un espejo maldito.

A excepción de la cocina - que fuera de Ella y sus sangres y sus grasas, tenía también jarros botados por doquier y millones de lentejas desparramadas -, el resto de la casa relucía. Una solo limpiaría así ante la visita de la Reina, pero ella no. Para Sandrita eso era simplemente un Domingo. 

Ninguna de nosotras la había escuchado jamás discutir, ni chistar, ni quejarse de nada. Incluso esa mañanita que le encontró unas bragas rojas en el bolsillo del saco, nada de nada. Pero dicen del edificio que ese día por primera vez fue conocida su voz. “Por favor, quítate los zapatos”. Esa fue la última frase de Sandrita. Quizás pueda parecer triste, pero en verdad, es hermosa. Si Sandrita hubiera sabido que esa noche diría su última frase, apuesto que hubiera elegido esa misma. 

De él, nada. Silencio. Ni correteo, ni riña, ni gritos. Un golpe en seco y caída. 

Dicen ahora que se está quedando en donde su primo, hasta que pase el revuelo. No lo duden, lo veremos regresar. Sabe que por aquí el barullo dura poco y las sangres se pierden entre el humo.

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