Wednesday, March 28, 2012

Querido Ser Humano.

Me voy de mí misma, me pierdo las reglas.
Me gustaría poder imaginarte, u hojearte como a un libro. Un libro infinito. Un libro sin pausas, sin escenas de transición. Pasarme noches enteras en vela hasta aprenderme de memoria cada una de tus líneas. Hasta definirlas, hasta crearlas, hasta dibujarlas.
Me desespera no poder hablar del todo. Como si no llegaras a escuchar los secretos que susurro. Como si no pudieras advertir mis pedidos de socorro.
Me encuentro buscándote en mis rincones más recónditos. Me desarmo, para no pasar nada por alto. Y vuelvo a armarme más descarada cada vez. Aúllo, y te pierdo. Y te olvido...

Me olvido del silencio.
El silencio es la pregunta y las respuestas interminables. Es reír y creer. O querer creer.
El silencio es jugar entre los laberintos de mi mente sin seguir la regla que Padre me enseñó alguna vez y gracias a la cuál puedo salir victoriosa de cualquiera.
Perderme, empaparme de silencio y de posibles futuros imposibles. Y de recuerdos planeados.
En mi interior no falta nada ni sobra nada. Todo de mí conoce la perfección de los hechos que nos rodean y que te transforman inevitablemente en el centro de mi ambición. No podría funcionar de ninguna otra manera, como las finas piezas de un reloj de los de antes. Todo encastra en el lugar preciso.

Aún así, no puedo evitar preguntarme por qué. Reviento en mi psicología e intento descifrarla. Pero soy ininteligible, especialmente ante mí misma.
¿Cómo saber si enloquecí o estoy más cuerda que nunca?
¿Cómo deshacerme del Tiempo y el Espacio, que me abrazan y me ahogan?

Quisiera contarte, cantarte, escribirte, repetirte, envolverte, taparte, desnudarte, gritarte. Y comerte, y tragarte hasta que seas tan parte de mí que te pierdas en mis mismos laberintos.
O mirarte de lejos, y comprender que lo que te hace fantástico es que no seas mío.

Thursday, March 15, 2012

Conocer.

Cuando una persona te enseña algo, está regalándote ese algo para siempre. Lo enseñado es un tatuaje que se lleva aún más allá de la piel. Su diseño se conforma de palabras pensadas, o incluso quizás al pasar, que hacen las veces de aguja.

Algo nuevo se me mete en las venas. Algo nuevo despierta una neurona perdida que a su vez avisa a sus hermanas. Juntas todas pretenden asociar ese novedoso conocimiento. Y me remiten a momentos. Me recuerdan palabras. Me hacen sentir cosas. Nuevas. Viejas. Tantas.

Si me dan un regalo inesperado, me sorprende la facilidad con que mi cuerpo lo recibe. Como si mi espíritu se alimentara de datos, personas, canciones, mundos. Se abren a la vez infinitas preguntas, se pelean por ser respondidas, por escapárseme por la boca. Y tengo que guardar tantas...
¡Cómo quisiera escupir cada cosa, hasta quedarme vacía, sin ninguna! ¡Qué increíble sería poder mirar a una persona a los ojos, y automáticamente conocerla, conocer lo que ella conoce!

El mejor regalo es el que te dan sin darse cuenta. Esos momentos en que una persona te habla con total naturalidad de aquello que le resulta cotidiano, y que a vos se te presenta como un universo inexplorado. Cosas que ni siquiera sabías que no sabías. Y eso me hace dudar, si realmente el otro es persona. Si yo soy persona.
¿Seremos una nube de pensamientos, de caprichos, de enfermedades, de cosquillas? ¿Seremos las infinitas partes de una comunicación imposible? ¿Seremos iguales, diferentes, sufriremos de la misma manera aunque no sepamos las mismas cosas?

Saber es amar. Enseñar. Regalar un pedacito de uno. Todos los días lo recibimos. De Padres, Amigos, Vecinos, Desconocidos. Todos los días, alguien nos muestra algo que de alguna manera nos cambia la vida. Esas sos las pequeñas porciones de mi existencia que me gustaría conservar.

Porque me gusta pensar, que no importa qué, ni quién, ni cuándo. Que estoy hecha de miles y miles de pedacitos de otras personas.

Porque me gusta pensar, que todo lo que me enseñan me aleja de la soledad.