Wednesday, September 23, 2009

Lo más Hermoso de la Vida es aquello que nos Cruzamos todos los días pero no lo Vemos jamás.


Hoy terminé de comprender algo muy propio de mi persona: Amo lo más normal del individuo más insignificante.

No me refiero a alguien más insignificante de lo debido, sino a la persona promedio. Al que se sienta al lado tuyo en el bondi, al que te vende el atado en el kiosco.

Puedo quedarme horas escuchando anécdotas que, a simple vista, parecerían ser de nulo interés. Los acontecimientos más intrascendentes son los que más atraen mi atención. Ciertamente, más que las Grandes Historias sobre Grandes Hombres.

Siempre supe que algo del estilo me sucedía. Todo se fue desplegando de a poco; varias veces llegaba a casa contando contenta algo que me había dejado pasmada o que no me podía sacar de la cabeza, algo que se había dicho en una conversación entre A y B, o algo que un C me había comentado mientras esperábamos al 107. Sin embargo, cuando expresaba aquello que me había intrigado, o trataba de reproducir las palabras exactas de esa persona cualquiera (a la que da igual recordarla como su nombre o como cualquier símbolo como las letras del abecedario), todos me miraban un ratito en silencio para – acto seguido – estallar en carcajadas. “Nos reímos de cariño”, me decían. Y aunque al principio me sentía mal porque terminaban haciéndome creer que, efectivamente, era yo la imbécil que encontraba atrayente hasta los hechos más llanos, ahora lo veo como un don.

Es algo de lo que disfruto, y me refiero a un don en el sentido de que encuentro una belleza en lo más cotidiano que muchas personas se pierden. Quizás por prejuicio, porque simplemente nunca se sentaron a escuchar. Quizás, otras, porque pretenden justamente resaltarse, escapar de ser normal en lo absoluto, quedar por arriba del promedio. Entonces cualquier cosa que pudiera parecer admirable o incluso digno de atención entre las masas los escandaliza.

Hace poco me tocó subir a un 306 Spegazzini casi vacío. Era de noche, y era uno de esos bondis en los que el parabrisas no llega hasta arriba del todo. Digamos, si estás parado no llegás a ver para afuera mirando para adelante. Como la parada de mi casa es apenas visible y mucho menos en la oscuridad de la noche, y pasarse es algo bastante dramático a esas horas porque la próxima parada se aleja demasiado, decidí ubicarme en el primer asiento. Del lado de la ventanilla venía un señor con pinta de conductor (cosa que efectivamente era). Volvía a su casa en una línea diferente a la que manejaba, pero más tarde llegué a la conclusión de que alguna vez sí había trabajado para la 306. En el medio, yo. Y del otro lado, el chofer del colectivo con cara de cansado (pero que no se perdió ninguna parada aunque la gente con los brazos en el aire era apenas visible para mí).

La cuestión es que estando en el medio, y ante la opción de sacar mi iPod y disfrutar una vez más de la música que me acompaña en todos los viajes, no pude evitar quedarme escuchando la conversación entre C1 y C2. Hablaron de muchas cosas: de ex compañeros de trabajo que habían tomado otros rumbos (algunos manejando combis, por ejemplo), de las lomas de burro que crecían o disminuían constantemente, del tránsito, de las rutas nuevas o mejoradas y cómo afectarían su recorrido. Uno de los dos comentó un pequeño cuasi accidente en el que estuvieron a punto de arrancarle uno de los espejos laterales. Se quejaba no del culpable del mismo, sino de que no se hubiera salido dicho espejo. Porque de esa forma, tendría que haber partido sin perder el tiempo hacia la terminal, donde antes de devolverlo al circuito lo arreglarían y llenarían algo de papeleo. Todo eso, expresó, le otorgarían mínimamente una grata hora, hora y media de descanso.

¿Pueden imaginar algo más exasperante que vivir en la rutina perpetua? Y sin embargo, un tipo que acepta esa normalidad de vida, esa persona que se ve a sí mismo sumido en esa serie de naderías, encuentra en lo más mínimo razones para alterarse. Y no hago uso de la palabra alterarse con ningún tipo de connotación negativa. Sino que les provoca algo. Causa una reacción, casi una emoción. Sucesos ocultos por su diminuto tamaño. Sucesos imperceptibles.

Pero lo que más me gusta, y lo que en realidad me tocó ver hoy, es el Hombre Normal, que sabe que es Normal, y está orgulloso y feliz siendo Normal. Esto quizás sea un poco más difícil de entender. Pero voy a contar más o menos lo que me llevó hace un rato a éste razonamiento.

Padre es orgulloso. Está orgulloso de lo que hace, de lo que es. No digo que esté mal, sólo comento una realidad. El sabe que está por encima del promedio, y hace todo lo que está en su poder para estarlo. Se jacta de ser diferente, le fascina formar parte de esa mínima porción que se llama “la excepción a la regla”. Y en todo sentido. En gustos, preferencias, creencias, principios. Todo. Incluso predica que prefiere mil veces una vida Interesante a una vida Feliz.

Hace poco menos de una hora, entró a la oficina el nuevo Presidente del club, un tal C.K. (ojo, no estoy hablando de Clark Kent ni mucho menos). Necesitaba hablar con Padre, pedirle algunas cosas que, sabía, la empresa podía proveer para el country, como conexión de red entre Administración y Guardias, o alguna computadora que ya no esté en uso. Lo interesante surgió cuando empezó a hablar de sí mismo. C. es típico ejemplo de una persona normal. No tan extremo, quizás como un colectivero que en realidad es más fútil que normal (con esto me refiero, a que no cualquiera es colectivero. Insignificante o no, algo lo identifica dentro de un grupo reducido de gente). Es un tipo de clase media, al que le gusta el golf y dejarse el pelo largo. Se come las eses cuando habla (y está más que consiente de aquello), está metido en mil negocios de toda índole. Tiene una esposa y dos hijos (o quizás más con otra esposa). Le gusta andar en moto y es charlador.
Declara que su vida se reduce a su familia. Le parece lo más importante. Tiene 53 años, y dice que es propio de su edad tener algún tipo de inquietud diferente a las que lo atacaron durante su vida. Las llama “miedos” y “ganas”. Dice que tiene ganas de saber. Hace poco, ayudando a estudiar a su hija, se cruzó con algunos textos de Filosofía que lo llenaron de interés. Si pudiera volver a elegir, estudiaría Filosofía. Ahora, lee en sus (pocos) ratos libres sobre algún Filósofo famoso e intenta comprender algunas de las Ideas sobre la Vida.
Juega bien al golf, y le encanta decirlo. Está muy orgulloso de su 2 de hándicap, y lo que es aún mejor, sabe que está orgulloso y que le gusta jactarse de ser buen jugador. Lo hace feliz, dice.
Tiene que ir al Banco, ahora. Hay 17 empleados trabajando para él, y mucho de su día es pagar sueldos, impuestos, facturas de servicios. Hacer colas y depositar cheques.

Y a mí me encanta escucharlo hablar sobre sí mismo, sobre sus pequeñas cosas, esas que lo identifican de alguna forma y a la vez lo vuelven tan parte de la sociedad. Me maravilla la naturalidad con que es capaz de describirse en tan poco. Pocas palabras, poco tiempo. Y ante un individuo casi extraño: Padre, que aparte es para las cosas humanas más bien frío, y trata de volver a los puntos de interés en común. Se cansa de las personas que lo distraen de su trabajo o que hablan mucho.

Más allá del encanto que me producen las personas normales en sus vidas intrascendentes, acabo de percatarme de otra cosa. Conozco de Padre los malhumores, las manías, la voluntad inquebrantable, la persona que le gusta hacernos creer a todos que él es.

Pero en unos pocos minutos, he llegado a conocer más de los gustos y pensamientos de un extraño, de lo que jamás podre saber de Padre en toda una vida.

Tuesday, September 1, 2009

Del Amor y sus Batallas.


La perfección del amor sólo existe mientras éste sea imposible.

Esa pureza platónica de lo inalcanzable, la idealización y el deseo impostergable de necesitar lo que no nos corresponde, lo que nunca podremos tener.

Las películas de amor terminan cuando el protagonista consigue al fin estar junto a su pareja. Porque lo emocionante, aquello que nos trae escalofríos a lo más románticos es la búsqueda en la cual se pretende hacer realidad ese sueño que guardamos en secreto, que lloramos y ansiamos.

Creer que nunca tendremos al otro hace que lo queramos con infinitud, que se vuelva indispensable para nuestra felicidad. Que cada minuto compartido con la otra persona, aunque sea sólo una palabra, una sonrisa observada desde lejos, se transformen en marcas imborrables, en recuerdos inolvidables, en los mejores momentos de nuestras vidas.

Recuerdo de él cada cosa anterior a las cotidianas. Cada silencio, cada charla, cada roce. Cada lágrima, cada muerte y cada euforia.

Hasta que ese anhelo se torna alcanzable, todo lo que hacemos, lo hacemos por primera vez. Todo es una aventura, todo es una experiencia inigualable e irrepetible.

El amor que perdura en la muerte, o aquél que nunca llega a concretarse, es el eterno. El que es puramente amor y jamás dejará de serlo.

¿Qué hubiera sido de Romeo y Julieta si no hubieran muerto ambos? Romeo probablemente se hubiera dado cuenta de que su amada era gruñona, histérica, que no lo dejaba vivir en paz. Julieta pensaría quizás que Romeo era inmaduro y enamoradizo hasta el hartazgo. Se hubieran peleado constantemente, se hubieran vuelto locos el uno al otro. Quizás lo hubiesen callado, sufrido en silencio, viviendo de los recuerdos y de la esperanza de poder, algún día, volver a la pureza de sus sentimientos.

No necesariamente termina el amor, pero sí se vuelve costumbre. Se empieza a lidiar con esos problemas reales, esos mismos que siempre creímos que en un amor así no podrían interferir.

Y sí. Terminan interfiriendo.

Porque el amor ideal es justamente el que se idealiza, el que queda lejos de la realidad.

Es, en un ejemplo algo grotesco, como pasarse una vida mirando con ojitos tiernos las películas de (Actor), y simplemente no poder imaginarlo gritándonos. Porque si en algún universo paralelo pudiéramos casarnos con (Actor), la vida sería perfecta. Él sería perfecto. Vos serías perfecta.

Yo creo en el amor eterno. Creo que puede pasar con cualquiera, a cualquier edad, en cualquier cantidad de tiempo y de cualquier modo.

Pero creo que se requiere de algo quizás más difícil de hallar que el amor mismo: la fuerza para luchar en el Mundo Verdadero. La que nos hace seguir en búsqueda de momentos de pura pasión para no vivir en memorias. La que se esfuerza por un hoy mejor, y no se queda probando nostalgias. La que sabe que el amor es una ocupación, veinticuatro horas al día, siete días a la semana.

Para la vida en general, es cómodo creer que una Solución Mágica nos será regalada por el Universo o el Karma. Que todo estará bien porque así debe estarlo, y basta con sentarse a esperar que el Destino juegue sus buenas cartas.

De la misma manera, algunos se refugian en el pensamiento de que el Amor Verdadero será aquel que salga de manera natural por siempre, al que jamás tengamos que dedicarle voluntad, al que nunca "cueste".

Estoy segura de que no es así. El amor sí tiene que surgirle a uno sin buscarlo. Tiene que ser incontrolable, incalmable. Pero a medida que se torna en algo menos parecido a las películas y más parecido a la realidad, es entonces cuando de un mismo depende aprovechar ésta oportunidad (probablemente única) que se nos presentó al enamorarnos.

Enamorarse es un regalo, él más hermoso que puede pedirse. Y como a cualquier otro, hay que disfrutarlo, pero también cuidarlo antes de que se rompa.


Es verdad... las cosas cambiaron. Las cosas siempre cambian. Y por lo general, se hacen más difíciles.

Pero por otro lado, si quisiera que las cosas fueran igual que ayer... Entonces jamás debería haberte hablado, jamás debería haberme jugado la vida. Porque lo que buscaba con eso era que, justamente, las cosas cambiaran.

Que algo requiera más esfuerzo, no quiere decir que sea peor. Sino que lo queremos más.

Y sino, preguntale a Romeo, qué tan difícil se le hace amar por siempre a Julieta bajo cinco metros de tierra. Cuando te morís, todo es eterno... Así cualquiera.

Creo que llega un momento en que uno tiene que probarse a sí mismo cuánto realmente ama a la otra persona, porque siempre amar desde lejos, amar en silencio, es más fácil (aunque también más doloroso) que amar no a pesar de los problemas, sino porque sentimos fielmente que esos pequeños problemas y sus resoluciones son los que hacen cada día un amor mejor.

Como todo lo importante en esta vida, el amor es un desafío.

Yo estoy dispuesta a afrontarlo.

¿Y vos?